El monumento berlinés a las Víctimas del Holocausto se enfrenta a un
deterioro que lo puede convertir en un campo de ruinas.
Alemania tiene un problema con su
historia. Cuando el país logró recuperar la normalidad perdida que le impuso la
derrota militar y el famoso Muro de Berlín, las autoridades pusieron en marcha
un raro y digno proceso de autoflagelación para recordar con monumentos, en la
zona más emblemática de Berlín, el sufrimiento de las víctimas de la dictadura nazi,
una inédita iniciativa destinada a inmortalizar su propia vergüenza ante la
historia.
El más famoso de todos es el grandioso
monumento dedicado a recordar a las víctimas judías del Holocausto, que fue
inaugurado en 2005, y que está formado por 2,711 bloques de hormigón de color
gris que miden entre 0,50 centímetros y 4,5 metros de altura. Sus bases están
enterradas en una aérea del tamaño de dos canchas de fútbol y ofrecen al
visitante una sensación sofocante y que recuerda a un cementerio judío
El cementerio simbólico -¿o es un
laberinto?-, fue diseñado por el arquitecto estadounidense, Peter Eisenmann, en
los últimos ocho años se ha convertido en uno los lugares más visitados en la
capital de Alemania y fue construido para rendir un tardío y solemne homenaje a
los seis millones de judíos que fueron asesinados durante el Tercer Reich en
Europa.
El Memorial del Holocausto es el monumento
más importante que ofrece la capital y el país, un lugar casi sagrado que
pretende mostrar al mundo que Alemania, 23 años después de la caída del Muro,
es capaz de confrontarse a su terrible pasado y pedir perdón por el crimen
cometido.
Pero ahora, el gran monumento está
enfrentado a un enemigo despiadado que puede convertir el memorial en un campo
de ruinas. A causa de un error de cálculo, el material utilizado para construir
los bloques permitió que la lluvia se filtrara. El intenso frío del invierno
convirtió el agua en hielo que actuó como una poderosa dinamita interior.
El resultado es devastador. Más de dos
tercios de los bloques del memorial están marcados por grietas a través de las
cuales fluye un reguero blanco que ha sido descrito por la prensa como lágrimas
simbólicas. “Todo el monumento parece estar sufriendo”, escribió el periódico
Süddeustche Zeitung, mientras que el BILD formuló una interrogante inquietante.
“¿Puede ser salvado el memorial del Holocausto?”.
Aunque las primeras grietas aparecieron a
fines de 2005, la prensa germana aún no encuentra una explicación al silencio y
la inmovilidad de las autoridades que, al parecer aun no logran ponerse de
acuerdo para buscar una solución e impedir que las grietas terminen
convirtiendo el Memorial en una ruina arqueológica.
En los últimos ocho años, más de 10
millones de personas han visitado el Memorial que se ha convertido en una
visita obligada para los cientos de miles de turistas extranjeros y alemanes
que visitan Berlín. Pero el lugar más sagrado y solemne del país también se
convierte cada año, con la llegada de la primavera, en una profana plaza de
diversión, donde los adultos disfrutan del sol tumbados sobre los bloques,
beben cerveza, comen salchichas y los niños corretean y juegan al escondite
entre los cientos de pilares, indiferentes a las grietas que amenazan con
acabar con la fría belleza de los bloques de hormigón.
La falta de respeto que observan los
habitantes de la capital (incluidos los turistas) también se puede observar en
el monumento que recuerda el genocidio de unos 500.000 gitanos que fueron
asesinados por los nazis que los clasificaron como “racialmente inferiores”.
Pero el solemne monumento, una fuente redonda de doce metros de diámetro, que
fue calificada por Ángela Merkel como un “espejo de eterno sufrimiento”, se ha
convertido en la versión berlinesa de la famosa Fontana di Trevi de Roma.
El monumento, ubicado a pocos metros del
famoso Reichstag, sede del Parlamento Federal, fue inaugurado en octubre de
2012 y gracias a su ubicación, es visitado a diario por decenas de turistas,
que aprovechan la ausencia de vigilantes, para lanzar monedas a la fuente, una
acción, que según la tradición, debe traer suerte. Todos los días, una firma
que se ocupa de la mantención del monumento, recoge las monedas y se ocupa de
colocar una flor fresca sobre una pequeña estela que está ubicada en el centro.
“Por suerte nadie ha querido darse un baño
en la fuente”, admitió un guardia. “La fuente es poco profunda, pero las
monedas atraen a muchos vagabundos”.
La memoria violada también afecta a un
sencillo pero digno monumento que recuerda el atentado de los nazis a la
cultura alemana y universal: la quema de libros. En medio de la Babelplazt, el
escenario berlinés de la quema de libros, las autoridades crearon una pequeña
vitrina de cristal a través de la cual se puede observar un conjunto de
estantes para libros vacíos, la llamada “Biblioteca sumergida”.
Pero ya nadie parece preocuparse de
limpiar el cristal, un descuido que también afecta a varios segmentos del
famoso Muro que se exponen en la Postdamer Plazt. Los trozos de muro están
cubiertos de goma de mascar, las latas vacías de cerveza se acumulan durante
días y el esqueleto de fierro de los segmentos están cubiertos con pequeños
candados que colocan parejas anónimas para prometerse amor eterno.
Fuente:
Diario El País.
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