martes, 26 de noviembre de 2013

¡Música para mis oidos! (Felipe Dapoza)



Nunca lo he probado, y sinceramente, suena a leyenda urbana. Pero hay cierta creencia de que si te acuestas con un radiocasete, al lado, en la almohada, con el sonido muy bajito, dejando que empiece cuando te vas quedando dormido, inconsciente… el contenido de la grabación, mediante el sueño llegará a tu subconsciente y aprenderás así de un modo u otro, con mayor o menor profundidad el tema tratado en el casete.
De esta misma forma opera el concierto ideológico, con música muy bajita que te acaricia y no molesta, pero que al fin y al cabo la oyes, queda impresa.
No puedo evitar que este pensamiento acuda a mi mente al leer el artículo de El País: “La educación financiera es cosa de niños” y más aún al leer el artículo completo entre suspiros, negaciones sistemáticas de cabeza y algún que otro sonido inteligible fruto de la frustración.
El artículo nos habla de una propuesta del Banco de España (BDE) y la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV) llamada Finanzas para todos, ¡Vaya! con éste nombre cualquiera diría que van a realizar su primera experiencia democrática, pero nada más alejado de la realidad. Eso de democratizar la economía les sigue produciendo urticaria. En esta propuesta también han publicado un libro infantil, musiquilla, la envidia de Miliki: Mi dinero y yo, aprende con Daniel y Lucía cómo ahorrar y a usar bien tu dinero.
No creo que nadie se escandalice si digo que la juventud y la adolescencia son productos del occidente pudiente. Un niño o un joven en el tercer mundo no es un “niño” o un “joven” como lo entendemos aquí, es un pastor, un obrero, un campesino… o si tienes la desgracia de nacer mujer, una vez más, doble ración, probablemente una prostituta.
¿Por qué digo esto? Porque esa juventud tan nuestra, posee ese intervalo por dos razones. La primera porque los medios de producciones precisan de mano de obra cualificada y apta para acoplarse al nuevo engranaje que impone unas exigencias nuevas de división técnica del trabajo. Y también, y esta es la que me recuerda el artículo, porque se trata de un sujeto consumidor potencial ¿o acaso no vivimos en sociedades consumistas? Pero según el artículo, se ve que no lo hacen bien y hay que enseñarles. Pero el mensaje también va dirigido a los adultos, los niños de Orwell tienen que volver a denunciar a sus padres:
La capacidad de aprendizaje de los jóvenes es mayor y porque su exposición a creencias erróneas y hábitos poco adecuados, muy comunes en muchos adultos en este ámbito, son menores”
¿Creencias erróneas y hábitos poco adecuados? …¡Con los mercados hemos “topao” querido Sancho!1 Ya me decía yo que me sonada esta canción, la música es silenciosa, pero la sinfonía es la misma. Una sinfonía que suena a todo volumen en la caverna mediática: “Hemos vivido por encima de nuestras posibilidades”, “los afectados por las preferentes son imprudentes”, “ no podemos gastar más de lo que ingresamos en una familia”… etc…etc…etc… y así un largo etcétera.
Pero es que…¡Joder!... tienen razón, el vulgo y sus lascivos vicios. Quien me manda a mi tener un techo sobre mi cabeza, o tener la osadía de estudiar, o comprar aparatos ultra-tecnológicos para suplir necesidades artificiales que ellos han creado…Es que de verdad, no aprendemos. ¿Quién me mandaría a mí dejar los establos de la villa carolingia? ¿Quién me mandaría a mí abandonar los confortables barracones de la Liverpool industrial? … o igual…quizás, siendo muy especulativo es que esta deuda pública tan nuestra no es, al fin y al cabo tan tan nuestra.
Menos mal que nos van a explicar cómo se juega a su juego, para que podamos medrar y ser emprendedores como ellos. Gracias.
Ironías aparte, y para ir terminando, quisiera recordar un capítulo de la Historia, para demostrar que ésta no se repite, sino que sus lecciones no se aprenden. Aunque en este caso vaya a ser metafórica.
Cuentan, aunque hay discusiones al respecto2, que en una ocasión un niños se estaba ahogando en un río, y su padre, aristócrata británico, en la orilla no sabía qué hacer. En esto que un hombre, de similar edad al padre pero de clase antagónica, se lanzo al agua al rescate del niño en apuros. Lo rescató. De vuelta a la orilla, el aristócrata británico le dijo al hombre que pidiera lo que quisiera, que el hecho de haber salvado lo que él más preciaba le obligaba a concederle cualquier cosa. El hombre, empapado, habiéndose jugado la vida y jugándose todavía una hipotermia, pidió entre escalofríos: “Que mi hijo goce de la misma educación que el tuyo”.
Los dos niños pudieron gozar de la exquisita, y sobre todo elitista educación del Reino Unido. Y ambos se convertirían en hombres de renombre. El hijo del aristócrata era Winston Churchill, Primer Ministro Británico durante la Segunda Guerra Mundial, el otro, el hijo del obrero pasó a los anales de la historia como el inventor de la penicilina, el Doctor Alexander Fleming.
Parece que ahora la historia se repite, tenemos que volver a lanzarnos al río, aprender sus reglas del juego para jugar en desventaja, trabajar diez horas en Londres (¡O Laponia!) sirviendo copas, añadirle dos horas más para poder dormir en un hostel juvenil porque el salario mínimo no nos llega para pagar el transporte de la gran urbe y una habitación propia, y aun encima por la noche aprender inglés, chino mandarin e incluso más cursos, más y más, para ampliar nuestro CV y entrar en su juego de salvaje competencia, porque ya lo dice el artículo: los jóvenes de hoy son los consumidores de productos y servicios financieros de mañana. Y las normas de las finanzas son las que son. Las que enseñan en la escuela con esta iniciativas para que se convierta en nuestro método de socialización.
Aprender su juego, o sumirnos en las lecturas de libros de auto-ayuda, dulce canción: soluciones individuales para problemas colectivos.
Disculpadme si ésta vez yo no me tiro al río, y vuelvo a los lascivos vicios del vulgo, pero yo, por mi parte, sólo quiero vivir.
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1 En la cita original Don Quijote nombra a la Iglesia, decir que el cambio no es inocente. Simplemente, igual, al final L. Althusser tenía razón, y en donde otrora la Iglesia tenía el monopolio de los aparatos ideológicos del Estado ahora los poseen otros agentes.
2 Estas discusiones desde mi punto de vista no invalidan la fuerza de las imágenes que dicha anécdota construye en nuestro imaginario. 


 

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