Nunca
lo he probado, y sinceramente, suena a leyenda urbana. Pero hay
cierta creencia de que si te acuestas con un radiocasete, al lado, en
la almohada, con el sonido muy bajito, dejando que empiece cuando te
vas quedando dormido, inconsciente… el contenido de la grabación,
mediante el sueño llegará a tu subconsciente y aprenderás así de
un modo u otro, con mayor o menor profundidad el tema tratado en el
casete.
De
esta misma forma opera el concierto ideológico, con música muy
bajita que te acaricia y no molesta, pero que al fin y al cabo la
oyes, queda impresa.
No
puedo evitar que este pensamiento acuda a mi mente al leer el
artículo de El País: “La educación financiera es cosa de niños”
y más aún al leer el artículo completo entre suspiros, negaciones
sistemáticas de cabeza y algún que otro sonido inteligible fruto de
la frustración.
El
artículo nos habla de una propuesta del Banco de España (BDE) y la
Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV) llamada Finanzas
para todos, ¡Vaya!
con éste nombre cualquiera diría que van a realizar su primera
experiencia democrática, pero nada más alejado de la realidad. Eso
de democratizar la economía les sigue produciendo urticaria. En
esta propuesta también han publicado un libro infantil, musiquilla,
la envidia de Miliki: Mi
dinero y yo, aprende con Daniel y Lucía cómo ahorrar y a usar bien
tu dinero.
No
creo que nadie se escandalice si digo que la juventud y la
adolescencia son productos del occidente pudiente. Un niño o un
joven en el tercer mundo no es un “niño” o un “joven” como
lo entendemos aquí, es un pastor, un obrero, un campesino… o si
tienes la desgracia de nacer mujer, una vez más, doble ración,
probablemente una prostituta.
¿Por
qué digo esto? Porque esa juventud tan nuestra, posee ese intervalo
por dos razones. La primera porque los medios de producciones
precisan de mano de obra cualificada y apta para acoplarse al nuevo
engranaje que impone unas exigencias nuevas de división técnica del
trabajo. Y también, y esta es la que me recuerda el artículo,
porque se trata de un sujeto consumidor potencial ¿o acaso no
vivimos en sociedades consumistas? Pero según el artículo, se ve
que no lo hacen bien y hay que enseñarles. Pero el mensaje también
va dirigido a los adultos, los niños de Orwell tienen que volver a
denunciar a sus padres:
“La
capacidad de aprendizaje de los jóvenes es mayor y porque su
exposición a creencias erróneas y hábitos poco adecuados, muy
comunes en muchos adultos
en este ámbito, son menores”
¿Creencias
erróneas y hábitos poco adecuados? …¡Con los mercados hemos
“topao” querido Sancho!1
Ya me decía yo que me sonada esta canción, la música es
silenciosa, pero la sinfonía es la misma. Una sinfonía que suena a
todo volumen en la caverna mediática: “Hemos vivido por encima de
nuestras posibilidades”, “los afectados por las preferentes son
imprudentes”, “ no podemos gastar más de lo que ingresamos en
una familia”… etc…etc…etc… y así un largo etcétera.
Pero
es que…¡Joder!... tienen razón, el vulgo y sus lascivos vicios.
Quien me manda a mi tener un techo sobre mi cabeza, o tener la osadía
de estudiar, o comprar aparatos ultra-tecnológicos para suplir
necesidades artificiales que ellos han creado…Es que de verdad, no
aprendemos. ¿Quién me mandaría a mí dejar los establos de la
villa carolingia? ¿Quién me mandaría a mí abandonar los
confortables barracones de la Liverpool industrial? … o
igual…quizás, siendo muy especulativo es que esta deuda pública
tan nuestra no es, al fin y al cabo tan tan nuestra.
Menos
mal que nos van a explicar cómo se juega a su juego, para que
podamos medrar y ser emprendedores como ellos. Gracias.
Ironías
aparte, y para ir terminando, quisiera recordar un capítulo de la
Historia, para demostrar que ésta no se repite, sino que sus
lecciones no se aprenden. Aunque en este caso vaya a ser metafórica.
Cuentan,
aunque hay discusiones al respecto2,
que en una ocasión un niños se estaba ahogando en un río, y su
padre, aristócrata británico, en la orilla no sabía qué hacer. En
esto que un hombre, de similar edad al padre pero de clase
antagónica, se lanzo al agua al rescate del niño en apuros. Lo
rescató. De vuelta a la orilla, el aristócrata británico le dijo
al hombre que pidiera lo que quisiera, que el hecho de haber salvado
lo que él más preciaba le obligaba a concederle cualquier cosa. El
hombre, empapado, habiéndose jugado la vida y jugándose todavía
una hipotermia, pidió entre escalofríos: “Que mi hijo goce de la
misma educación que el tuyo”.
Los
dos niños pudieron gozar de la exquisita, y sobre todo elitista
educación del Reino Unido. Y ambos se convertirían en hombres de
renombre. El hijo del aristócrata era Winston Churchill, Primer
Ministro Británico durante la Segunda Guerra Mundial, el otro, el
hijo del obrero pasó a los anales de la historia como el inventor de
la penicilina, el Doctor Alexander Fleming.
Parece
que ahora la historia se repite, tenemos que volver a lanzarnos al
río, aprender sus reglas del juego para jugar en desventaja,
trabajar diez horas en Londres (¡O Laponia!) sirviendo copas,
añadirle dos horas más para poder dormir en un hostel juvenil
porque el salario mínimo no nos llega para pagar el transporte de la
gran urbe y una habitación propia, y aun encima por la noche
aprender inglés, chino mandarin e incluso más cursos, más y más,
para ampliar nuestro CV y entrar en su juego de salvaje competencia,
porque ya lo dice el artículo: los
jóvenes de hoy son los consumidores de productos y servicios
financieros de mañana.
Y las normas de las finanzas son las que son. Las que enseñan en la
escuela con esta iniciativas para que se convierta en nuestro método
de socialización.
Aprender
su juego, o sumirnos en las lecturas de libros de auto-ayuda, dulce
canción: soluciones
individuales para problemas colectivos.
Disculpadme
si ésta vez yo no me tiro al río, y vuelvo a los lascivos vicios
del vulgo, pero yo, por mi parte, sólo quiero vivir.
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1
En la cita original Don Quijote nombra a la Iglesia, decir que el
cambio no es inocente. Simplemente, igual, al final L. Althusser
tenía razón, y en donde otrora la Iglesia tenía el monopolio de
los aparatos ideológicos del Estado ahora los poseen otros agentes.
2
Estas discusiones desde mi punto de vista no
invalidan la fuerza de las imágenes que dicha anécdota construye
en nuestro imaginario.
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